Desde el nacimiento. Durante esta etapa el bebé se dedica principalmente a estabilizar ritmos de función vegetativa. No debemos olvidar que esta etapa se compone de tres niveles; y la maduración de los circuitos neuromotores y los esquemas de relación en los tres ofrecen diferencias. Desde el desarrollo del sistema rítmico debemos aprovechar los momentos de vigilia para empezar a asociar secuencias rítmicas.
El cuerpo del bebé es un elemento o medio gracias al cual la comunicación es posible pero además pertenece al/la niñ@ y forma parte de su ser. La vivencia de su mundo interior a través de sensaciones profundas de tipo interoceptivo no deben ser obviadas en ningún momento, esas sensaciones de la propia corporeidad son las que predominan en el primer momento de la vida y persisten a lo largo de los años como base profunda de nuestra conciencia.
Es importante en toda etapa, pero principalmente en esta, no olvidar que el bebé es capaz de percibir interiormente el estado afectivo o emocional en que se halla el adulto que lo contiene. Por lo tanto, en los/las niñ@spequeñ@s el acto es tan importante como el propio clima emocional que rodea dicho acto y viceversa.
El empleo del tacto en forma de caricias, de pequeñas presiones locales, de presiones amplias globales y de sensaciones interoceptivas forma parte del primer nivel. En las caricias usamos el sistema nervioso periférico sensitivo del bebé para transmitir a su cerebro una señal desde su propia piel. Con esta señal producimos un aumento de la energía cerebral y elevamos el grado de conciencia, despertando una cierta señal de alerta localizada.
En la etapa neonatal es fundamental para trabajar el ritmo la acción de mecer. Para balancear al bebé deben emplearse ambas manos en toda su extensión, con un ritmo repetitivo y lento, aunque este pude variar un poco según las condiciones personales i circunstanciales de cada niñ@ i de cada educador@.
Canciones: